martes, 22 de junio de 2010

Peter Pan



Después de tantos meses de madrugones, de sueño, de cansancio, hoy es su último día de colegio. El último de su primer año. Se despiden por un par de meses, pero para ellos, tan chicos, con 3 y 4 añitos, el verano es largo e infinito, y septiembre queda tan lejos…

Adiós rutinas, y bienvenido el verano con sus descontroles horarios, con los baños, los juegos, la calle…Adiós al uniforme y saludos a los pantalones cortos, a los bañadores y a las heridas en las rodillas…

Se despiden las letras y los números y todo se vuelve líquido en su imaginario…piscina, baños, playa…refrescos dulces, azucarados…

Helados. Hielo.

Arrinconaremos en el armario la mochila, y sacaremos de nuevo la cometa, el cubo y la pala…las pelotas, las palas…las toallas de rizo…la crema de protección solar, la gorra…y tus gafas de sol. Los castillos de arena.

Es importante que los niños disfruten de su tiempo libre, que descansen de su rutina y hagan otras cosas. Es tiempo de bicicletas.

El último dibujo creativo de Carlos en el cole fue sobre el verano. Folio en blanco. En él, reflejó sus claras ideas de la estación que ya tenemos encima: un sol gigante, un gran cielo azul, y unos garabatos que me explicó que eran las olas del mar. En una esquinita dibujó un bulto que resultó ser una montaña.

No es mal plan: montaña y playa.

También yo ansío que llegue el momento de pisar la ardiente arena, llenarnos de salitre y andar con los cabellos alborotados, con los pies descalzos.

Volver al pueblo, a los ríos, al campo verde, al frescor de las noches…A escuchar el canto de los grillos… a mirar las miles de estrellas que tapizan el cielo…


A ver lagartijas, a comer sabrosos tomates del huerto, y lechugas frescas…cerezas…el melón y la sandía. Albaricoques y toda la variedad de frutos que el verano nos ofrece.

Ciruelas verdes y maduras… el ciruelo amarillo, las moras…

A las lecturas sosegadas, al reencuentro con viejos conocidos…

Las amistades forjadas durante los meses estivales permanecen para siempre. Hay un lenguaje compartido, lleno de recuerdos, infancia, complicidad y risas. Ese lenguaje con el que con tan solo una mirada los otros ya saben que les quieres decir y las risas se despliegan como una abanico donde se pierde la edad, la razón , los problemas, es decir, cuando en un instante se recupera un paraíso perdido y se convierte la vida en un lugar rematadamente genial y bonito.


Se recuperan por unas horas su paraíso propio y común, recuperan la risa, los juegos, la complicidad.

Espero que descubra pronto lo maravillo de hacer cabañas en los pinares o jugar con pura tierra y piedras.

Me encanta el verano, cuando el pueblo se llena de voces de niños. Entre ellas, la del mío.

Y me gusta tanto porque me retrotraigo a mi propia infancia, al paraíso del recuerdo, para el que nadie necesita salvoconducto de entrada.

Horas de felicidad absoluta.

Llámame Peter…(PAN).








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