martes, 14 de septiembre de 2010

caminos...



Acabo de leer tus palabras sobre la pena y cómo a veces un sollozo deja escapar una acumulación de tristezas. Me he quedado pensando sobre este punto, porque me parece que somos las mujeres quienes más fácil lagrimeo tenemos. Es como si bastase una gotita que se asome por el ojo, para que una seguidilla de ellas, casi de forma incontenible, apareciese.
Y no sólo de dolor, porque ocasiones para emocionarse parecieran que no faltasen, desde grandes alegrías, hasta cosas sencillas que a una la descolocan como ver a un hijo salirte con una ternura extrema.
Y hay días también. Porque será que a veces nos levantamos con la sensibilidad a flor de piel?
Ayer tuve uno de esos días. Empecé mi mañana feliz con trote incluido por la playa. Sol radiante, día espectacular hasta que una llamada me descompuso el ánimo. Palabras , supongo bien intencionadas, pero que al cortar me dejó una sensación de pena terrible... nuevamente traté de sacudirme esas ideas que van envenenando los pensamientos y tirarlos lejos... pero el dardo deja, pese a haberlo quitado, su pequeña marca.
En la tarde, más animada tuve que ir a entrevistar a una señora que me cautivó por su alegría, por su buena disposición ante la vida y ante los imprevistos. Hablamos casi tres horas. En una parte, me habló de su marido, quien falleció hace algún tiempo, sus ojos brillaban. 48 años de matrimonio. Me contó como se conocieron, del noviazgo, de los primeros años.. de toda su vida frente a un hombre que amó con todo. De cómo él la cuidaba, la protegía, la ayudaba en sus propias decisiones, y le daba ánimos para emprender nuevos proyectos... y te prometo que con esa sensibilidad en la que andaba, tuve que hacer un esfuerzo por no llorar. Pero de emoción. Con los tiempos que corren, en que las relaciones se vuelven tan efímeras, en que está lo desechable, en que a veces la comodidad no hace tomar decisiones duraderas o de mayor profundidad, es un gusto descubrir que existen personas que cumplen con eso de "contigo con pan y cebolla" y duran toda una vida.
Cómo me gustaría saber que de mí alguien alguna vez hablara con tanto cariño, con tanta ternura y amor que eso se desbordara por los ojos y la piel. Como me gustaría poder tener esa certeza, y poder estar tranquila y hablar del hombre que sé que me acompañará hasta que las canas y el peso de la edad se acumulen en nuestros cuerpos.
A veces no son tazas, ni platos, ni vasos rotos los que despiertan el dolor Marisol. Son las ilusiones rotas que vuelven del pasado y hacen añorar a veces la vida que una esperó tener.
Pero los imprevistos, una palabra que hace un tiempo he aprendido a conocer,están ahí, porque alguna enseñanza trae en el camino. Hay algo más grande que uno tiene que aprender, que valorar, que crecer. Y hay veces que esos sollozos despiertan la conciencia, despiertan la realidad que una , casi como avestruz, se negaba a ver.
Cuidate de los dardos envenenados... son dañinos, pese a que una se lo arranque con fuerza y ocupe todos los antídotos del mundo, porque el pinchazo duele. La sabiduría, consiste en no dejar que ese dolor nuble la vista... y el corazón.

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