lunes, 6 de diciembre de 2010

sin oportunidad





La semana pasada tuve que ir a cubrir un evento deportivo. Se trataba del término de un programa "Juega Más", en el que la empresa privada había apoyado a dos escuelas municipales para que los niños de escazos recursos cambiaran sus hábitos alimenticios y prefirieran las frutas y la vida saludable, así como incentivarlos a desarrollar más deporte y conocer otros que no fueran sólo fútbol.
Por medio de un juego, cambiaron además el trato entre ellos, y la convivencia escolar mejoró notablemente.
Un programa que dio buenos resultados. Tanto, que un niño de nueve años (al que llamaremos Alfonso, empezó a demostrar excelentes habilidades en gimnasia. Todo un descubrimiento.
Alfonso fue llevado a la Escuela De Gimnasia de la Serena, donde fue evaluado y demostró tener unas condiciones innatas. De la empresa, le compraron el equipo, ropa y se hicieron cargo de sus traslados y alimentación, para que su familia no tuviera que desembolsar nada extra.
Dado sus avances, la Escuela de Gimnasia, que nunca ha becado a nadie, decidió hacer una excepción con él y se ganó una beca para que pudiera asistir a los entrenamientos.
Este niño, pequeñito, carita redonda, unos ojos grandes y vivaces, de pelo corto y casi rapado... iba contento al Coliseo Municipal. Allí saltaba, corría, e iba aprendiendo a una velocidad que impresionaba a sus profesores.
Yo misma fui testigo, cómo en la presentación final de este evento, Alfonso con una facilidad impresionante mostraba su agilidad y hacía sacar aplausos entre los asistentes. Y siempre con su carita feliz, un cuerpo delgadito, pero ágil. Y su cabeza al cero mostrando una pelusa oscura, que daba vueltas y giros entre las colchonetas.
El profesor del programa lo miraba atento, y mientras ejercía uno de sus saltos, me comentó en el aire.
-uno más que se pierde.
Ante mi extrañeza, se giró y me explicó que todo iba bien hasta los dos meses de entrenamiento. La madre del niño, le prohibió asistir a las clases y lo obligó a dejar el programa.
- ¿Por qué? pregunte casi atorada.
- Simplemente, porque según ella, el colegio y nosotros estábamos utilizando al niño para luego tener los honores si le iba bien.
Desde ese día que me ha quedado en el pecho una sensación de impotencia tan grande que no me deja en paz. ¿Cómo hacerle entender a una madre de los beneficios que esto le puede traer a su hijo?, ¿qué es una oportunidad que se tiene pocas veces en la vida?, ¿cómo puede todavía existir gente con la mirada tan obtusa y el pensamiento tan corto?, y claro, trato de comprender que quizás ella no ha vivido otra cosa que le impide ver más allá de su medio, y que no logra entender la felicidad que le está quitando a su hijo. Aunque sólo sea el asistir a unas clases que cumplen con alegrarlo, que le da momentos maravillosos que nunca antes pudo tener, y aunque no tenga en el futuro mayores logros, el sólo hecho de tener una oportunidad en el presente, ya es un motivo de alegría para él.
Esa mujer no ha escuchado a los profesores, ni a la gente del programa. ¿Qué podría hacer yo, para que le diera alas a su hijo?
Alfonso terminaba su presentación y un cerrado aplauso le iba agrandando su sonrisa en esa carita de niño travieso. Lo volví a mirar. Con su figura menuda se retiraba dando pasitos cortos y saltarines hasta sus compañeros. Era un pelusita, simpático, divertido. Pero en un segundo, esa imagen se trasladó a un semáforo y no se porque lo imaginé como esos niños que piden limosna en las calles, esperando que la luz se ponga en rojo para demostrar sus piruetas y pedir algunas monedas a los conductores de los vehículos.
Sentí desazón e impotencia. Tengo ganas de hacer algo, pero no se qué, ni cómo ayudar para que no se quede sin una oportunidad.

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