

Estos días de vacaciones, me he dejado llevar por mis hijos. Disfrutar de la playa, del mar y de las olas. Ayer me prestaron una tabla de bodyboard para que , junto a ellos, me deslizara por el mar.
Fue increíble!!
Sentir la espuma reventar en la espalda, salir a flote para luego estar tabla-cuerpo con la velocidad de la ola llevándote directamente a la orilla.
Lo mejor, ver la cara de mis niños hacièndome guiños y levántando el pulgar aprobando mi desempeño!
Me he reído mucho con la experiencia. Y lo mejor es que lo disfruté. Ahora puedo entender porque es un imán para ellos tirarse una y otra vez. Cuando era niña, sólo teniamos nuestro cuerpo para hacer "playita" y ante un "tumbo" u ola gigante, no nos quedaba otra que lanzarnos al fondo como pescaditos plateados para que no nos diera vueltas y azotara con la arena.
Mi infancia estuvo ligada al mar desde niña. Ese olor salino de las mañanas que uno podìa respirar y sentir con una brisa fresca, arropada con un sweter de hilo. Escuchar a las gaviotas desde temprano y a lo lejos el romper de las olas. Correr por la arena tibia y dorada con el sol de mediodía quemando hombros y espalda. El bronceador "rayito de sol", el sombrero y las palas. Los castillos de arena.
El helado de agua derritiéndose por la boca y escurriéndose por los dedos hasta llegar al codo. Un estado pegajoso que se salía zambulléndose nuevamente en el mar.
me produce alegrìa pensar en eso... y heme aquí disfruntando en pleno de estas vacaciones.
Dejo algunas fotos de la playa, y una que me encantó... son las tablas de bodyboard de mis hijos , tiradas en la arena, reflejando esa niñez inquieta y divertida. Al fondo un hombre mayor, arropado con su sombrero, un libro y su perro: La tranquilidad y el reposo. Contrastes de una tarde de verano.
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