
A mi padre, que sigue estando aquí.
Mi padre murió en una noche de madrugada como la de hoy, hace 4 años, y se llevó consigo muchas cosas, entre ellas, su capacidad de consuelo. Y es una de las cosas que más echo de menos de esta injusta ausencia.
Mi padre tenía dos máximas para todos mis problemas: una, en la vida todo tiene remedio, salvo la muerte; dos: mientras tu padre esté vivo no te faltará de nada.
Ambas eran ciertas.
Mi padre era mi confesor, nuestro confesor. Me había acostumbrado a que siempre estuviera ahí, en casa o al teléfono, para escucharme o consolarme…y después de charlar con él todos mis pequeños problemas empequeñecían. De ahí el desconsuelo que sigo sintiendo desde entonces. Te sigo necesitando para seguir adelante, y como uno de tus mantras se ha caído… me quedo con el otro: `todo tiene solución´, pero ¿sabes, papá, qué es lo peor de la muerte? Que dura para siempre, y para eso, dime, ¿qué hacemos? En uno de tus últimos ingresos al hospital te llamé alarmada, y todo lo que me dijiste fue `venga, venga, que esto no es nada, y en diez días me tienes ahí´ porque tú nunca pensabas que te ibas a morir, y yo tampoco. Creíamos que no iba a poder con nosotros.
Uno de los médicos que te atendió, un hombre afable, un hombretón de barba blanca y tierna mirada, que te trataba maravillosamente , nos dijo en broma, un día en que estábamos esperanzados con tu mejoría, que te tenía que salvar sí o sí porque tu familia te quería tanto que le daba miedo lo que podíamos hacerle si te fallaba. El día antes de irte, me vio en el pasillo; no quiso entrar en tu habitación porque te había cogido mucho cariño, y me confesó lo inevitable, pero me asombró lo que me dijo: `pese a todo, envidio a tu padre por todo el amor que se lleva´. ¿Cómo podía envidiar a un hombre que pese a su lucha se iba a ir en breve dejando tras de sí un desconsuelo descomunal en su familia? No puede contestar porque me derrumbé , pero me hubiera gustado ser capaz de articular lo que pensaba: `conociendo a mi padre se llevará muy poco y nos dejará mucho´, y así ha sido.
Aunque hubieses vivido cien años, papá, para mí siempre hubieran sido pocos.
Justo después de `irte´ me compré un libro `En tiempo de Prodigios´ y quiero rescatar un fragmento: “no sabía que la memoria desarrolla un mecanismo para defender los buenos recuerdos de las asechanzas del olvido, y que la lucha por preservar todas aquellas cosas buenas que servirán para reconstruir nuestras vidas”. Así es.
De los 34 años que viví contigo tengo un montón de buenísimos recuerdos felices a los que recurrir y atesorar, y mil consejos para administrarme solita, pero qué le voy a hacer…te sigo necesitando como copiloto. Y sé que estás ahí. Todavía puedo oír tu voz. Sigo siendo igual de llorona, pero intento arreglármelas.
Quiero verlo todo, papá, con tus ojos, aunque los míos sean infinitamente menos bonitos que los tuyos. Te quiero, y cada día sale el sol. Te acuerdas?